Maestros que la Vida nos acerca

La mayoría de nosotros encuentra, en momentos en los cuales es indispensable hacer cambios, a alguna persona especial que nos modificará profunda y estructuralmente. Estas personas son, transitoriamente, nuestros «maestros de vida». Les doy este nombre porque jamás pasan desapercibidos para nosotros, y desempeñan esa función en nuestro proceso evolutivo: ampliar nuestra conciencia, modificar el rumbo que seguíamos, despertarnos…

¿Qué es, entonces, un maestro de vida? Es más fácil definirlo por el contrario: no es un amigo, ni una pareja, ni padres ni hijos, no está para cuidarnos ni atendernos, sino para ayudarnos a crecer. Aunque, en determinadas circunstancias, puede ocurrir que algún vínculo cercano se convierta, transitoriamente, en un maestro del estilo «pinche–tirano».

Hay dos clases de maestros: los maestros solares y los pinche–tiranos. El último término está tomado de un libro del antropólogo Carlos Castaneda, quien llamaba así a uno de sus instructores (*). Vale la pena aclarar que esta función es indistintamente jugada por hombres y mujeres. Hablemos de los maestros solares: son hombres o mujeres sumamente carismáticos, apolíneos, que nos deslumbran, atraen (y a veces hasta enamoran) por su brillo, irradiación y fuerte presencia. Las personas que se llaman apolíneas se mueven por la vida con características similares a las del dios griego Apolo: suelen ser bellas e inteligentes, de fuerte personalidad, sumamente magnéticas, auténticas y autocentradas. Este arquetipo tiene su simil femenino en la diosa Afrodita, y es interesante destacar que ninguno de los dos dioses le perteneció jamás a otro ser, mortal o inmortal. Su nivel evolutivo determinará si son conscientes de estas características personales. Si su conciencia es amplia se harán cargo, responsablemente, de lo que producen a su alrededor, tratando con sumo cuidado y deferencia a las personas que se sientan atraídos por ellos. De lo contrario, tendremos algo parecido a los líderes de las numerosas sectas que pueblan el mundo. Estas últimas son personas altamente peligrosas aunque indispensables para el crecimiento de ciertos individuos, ya que el camino evolutivo nos exige aprender a discriminar.

Estos «maestros» son los que, típicamente, enamoran ¡encandilando! a sus alumnas o alumnos y, si su conciencia es aún pobre, se aprovecharán impunemente de la situación. De lo contrario, se limitarán a su papel de guías y mentores, incitando al progreso, convirtiendo al aprendizaje en un deleite continuo.

Cualquiera que sea el caso, estos seres hacen que por algún tiempo orbitemos a su alrededor, anhelantes, recibiendo y dependiendo de su vital resplandor. Al igual que los planetas, que dependen de la luz solar para su existencia, nos convertimos en dependientes de su presencia. Ellos son, sin lugar a dudas, un poderoso estímulo para nuestro propio crecimiento, ya que, en algún momento, y a partir de este contacto, sentiremos la necesidad de comenzar a generar lo propio. Sería la consecuencia ideal de este encuentro, independientemente del tiempo que nos haya tomado darnos cuenta de la vitalidad y valor de nuestra propia esencia.

Pero también puede ocurrir que el encuentro culmine como el relato sobre Jacinto (Hyacinthus) y Apolo: este joven se había prendado del dios Sol a tal punto que sólo vivía por y para él. Un día se atrevió a alzar sus ojos y fijarlos en la divinidad radiante y Apolo, inadvertidamente, lo calcinó. Podría ocurrir que al permanecer fijados demasiado tiempo, dependientes y absortos en la energía de este maestro solar, se eclipsara nuestra esencia y nos desvitalizáramos totalmente, perdiendo nuestra individualidad y potencia. De hecho, esto es precisamente lo que les ocurre a los seguidores de cualquier líder sectario, al que terminan entregándole hasta la propia vida.

Cuando advertimos que un maestro o maestra de esta índole ha entrado en nuestra vida, es importante que tomemos las mismas precauciones que usamos para exponernos al Sol: poca cantidad de tiempo, en las horas adecuadas y con las pantallas necesarias, porque estos seres «enamoran» y podemos convertirnos en súbditos de sus» reales» presencias.

Cada uno de nosotros está llamado a convertirse en rey de su castillo interior, habitándonos en completitud y conciencia, y estas personas, simplemente, nos muestran cómo se hace.

Analicemos ahora a los pinche–tiranos. Estos maestros de vida nos acicatean constantemente, punzando, precisamente, en «esos» sitios debilitados, poco desarrollados y poco concientes de nuestra interioridad. Suelen decir aquella frase que nos descoloca o hacer algo que nos altera profundamente, y así como son amados los anteriores, éstos son temidos y hasta odiados. Nunca estamos lo suficientemente preparados ni bien plantados para hacerles frente ya que con una exquisita precisión desnudan y exponen precisamente aquel lugar nuestro que nos avergüenza o atemoriza. Y cuando creemos que ya estamos fortalecidos y listos, que ya no lograrán hacernos trastabillar ¡zas! ¡ocurre nuevamente!. Sin saber cómo, encontraron el mismo u otro sitio debilitado y, volvemos a empezar. Se convierten en una dolorosa presencia, al punto que verlos nos trastorna en el sentido exactamente contrario al del maestro solar, cuya presencia anhelamos. Al pinche–tirano le tememos, y desearíamos que desapareciera de nuestra vida, pero…permanecerá hasta que hayamos aprendido la lección y, además, ¡sintamos que la gratitud brota de nuestro corazón!. Recién entonces habrá concluido la lección.

Tal vez estas reflexiones sirvan para darnos cuenta, para comprender y aceptar la presencia de estos seres, llamados a intervenir activamente en nuestro camino de individuación, ya sean ellos concientes o no. Todos aprendemos gracias a la interacción con el mundo a través del medio en que nos movemos. La Vida siempre nos procura aquellos encuentros destinados a nuestro crecimiento y desarrollo interior; deberíamos estar atentos para no perder las oportunidades que se nos brindan y también, para poder enmarcarlas adecuadamente.

Como conclusión, puedo decirles que, de los maestros solares mejor es cuidarse y ante los segundos, los pinche–tiranos, lo indicado es inclinarse.

Leonor Nietzschmann

Directora de la Escuela de Astrología Zona Norte
Publicado en el diario «Origen», Julio de 2000

(*) Carlos Castaneda, antropólogo mejicano, autor de la serie «Las enseñanzas de Don Juan».

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